jueves, 8 de julio de 2010

LOS AVATARES DE SU LEGADO



La intriga que puso los papeles privados de Pizarnik a salvo de la dictadura y de manos rápidas, contada por primera vez por una de sus protagonistas, amiga y editora de sus obras completas

ANA BECCIU.
A los pocos días de la muerte de Alejandra Pizarnik, su madre, Rosa Bromiker, nos pidió a Olga Orozco y a mí que nos ocupáramos de reunir los papeles y textos que Alejandra había dejado en su departamento de la calle Montevideo. Trabajamos allí durante varios meses, escoltadas por la poeta Elvira Orphée, que comprendió enseguida la importancia de preservar aquellos documentos. Suya fue la idea de depositarlos en el estudio de un abogado. Y también, la idea de sacarlos de aquel estudio —y llevarlos a casa de Olga— cuando tuvo el pálpito de que allí no estaban seguros.

Durante varios meses, Olga y yo acudimos diariamente a la calle Montevideo para ordenar carpetas y cuadernos, y para mecanografiar manuscritos, papeles y papelitos que estaban muy bien ordenados en los anaqueles de la parte inferior de la biblioteca, metidos en cajoncitos y ficheros: todo perfectamente etiquetado y dispuesto. Alejandra era ordenadísima con su obra y su correspondencia. Para finales de 1972 habíamos conseguido armar un libro con el material inédito, y se lo entregamos a Sudamericana. Su dueño, López Llausás, nos había prometido que editaría toda la obra de Alejandra.

Pero pasaron cuatro años y no lo hizo. Llegó 1976, estalló el golpe militar. Y nosotras nos preguntamos qué hacer con todos aquellos cuadernos. Olga escribío a Julio Cortázar a París, y él nos aconsejó que los sacáramos del país y se los lleváramos para que él pudiera depositarlos en una institución segura. Yo salí de Argentina en mayo de 1976, pero no pude llevármelos conmigo. Eran demasiado voluminosos y pesados para transportarlos por avión y en las condiciones precarias de mi viaje. Olga mantuvo los documentos en su casa hasta que en 1977, Martha Moia, que había estado muy unida a Alejandra en los últimos años, los sacó en barco y en dos enormes sacos. Olga había entregado a Martha Moia la totalidad de los papeles, es decir, todos los manuscritos y los diarios. Sin embargo, cuando nos encontramos en Barcelona —yo acudí a la cita acompañada de la poeta Ana María Moix (ver su texto en pág. 4) a la que entonces ya me unía una gran amistad que hoy perdura— Martha me entregó sólo uno de los sacos, pues el otro se lo “iba a quedar ella”. Así fue hasta que, en 1984, accedió a entregarle aquellos cuadernos a Cortázar en París.

…En 1999, cuando de común acuerdo con Myriam Pizarnik, hermana de Alejandra, se depositaron en la biblioteca de la universidad de Princeton, en EE.UU., inaugurando así el Archivo Alejandra Pizarnik.

Hubo que esperar a las Malvinas y la presidencia de Alfonsín para que Sudamericana publicara Textos de Sombra y últimos poemas, la recopilación de inéditos de Pizarnik que habíamos preparado diez años antes. Pero la prisa, el límite de páginas impuesto por la editorial, y nuestro miedo a que ésta cambiara de idea, habían dejado mucho material en el tintero. Pasaban los años y yo no conseguía interesar a los editores españoles en los diarios y los papeles que seguíamos custodiando Aurora y yo, con la inquietud siempre de que nos “pasara” algo y aquello se perdiera. Ambas sabíamos que era fundamental conseguir una edición correcta que hiciera justicia a la importancia de Pizarnik, a su personalidad artística que no dejaba de crecer con las lecturas dentro y fuera de la Argentina.

……. “Sólo se tardaron veinticinco años”, comentó Ana María con su proverbial sentido del humor el día del año 2000 en que salió Poesía completa en España. Dos años después llegó la Prosa. Y el año próximo les tocará el turno a los Diarios.

Ver cumplida la tarea de recopilar la poesía y la prosa, hoy al alcance de los lectores latinoamericanos y españoles significa una gran satisfacción. Mi labor ha sido meramente compiladora. La colaboración de Olga Orozco fue esencial desde el principio: fue ella quien me mostró la importancia de no alterar el orden en que Alejandra había dejado las carpetas y cuadernos y la necesidad de inventariar todo para que los años no nos hicieran perder este o aquel papel. Y de conservar el más ínfimo papelito. Lo primero que Olga hizo en la calle Montevideo fue copiar a máquina lo que Alejandra había dejado escrito en su pizarrón: era el último texto en el que trabajaba.

Argentina y residente en España, Becciú es poeta y traductora. Ha publicado, entre otros, Como quien acecha y Ronda de noche. (Suplemento Ñ, diario Clarin-14/09/02)

Sortilegios



Y las damas vestidas de rojo para mi dolor y con mi dolor insumidas en mi soplo, agazapadas como fetos de escorpiones en el lado más interno de mi nuca, las madres de rojo que me aspiran el único calor que me doy con mi corazón que apenas pudo nunca latir, a mí que siempre tuve que aprender sola cómo se hace para beber y comer y respirar y a mí que nadie me enseñó a llorar y nadie me enseñará ni siquiera las grandes damas adheridas a la entretela de mi respiración con babas rojizas y velos flotantes de sangre, mi sangre, la mía sola, la que yo me procuré y ahora vienen a beber de mí luego de haber matado al rey que flota en el río y mueve los ojos y sonríe pero

Ilustración de Helena Martínez

está muerto y cuando alguien está muerto, muerto está por más que sonría y las grandes, las trágicas damas de rojo han matado al que se va río abajo y yo me quedo como rehén en perpetua posesión.


(Tomado de «Extracción de la piedra de la locura», en Obras completas. Poesía y Prosas,
introducción de Silvia Baron Supervielle, Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 1990, p. 270)

© Instituto Cervantes (España), 2004-2010. Reservados todos los derechos.

Revelaciones


En la noche a tu lado
las palabras son claves, son llaves.
El deseo de morir es rey.
Que tu cuerpo sea siempre
un amado espacio de revelaciones.

Ilustración de Helena Martínez



(Tomado de «Los trabajos y las noches», en Obras completas. Poesía y Prosas,
introducción de Silvia Baron Supervielle, Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 1990, p. 237)

© Instituto Cervantes (España), 2004-2010. Reservados todos los derechos.

Pajarería


Grandes pajarerías ‘el ojo ajeno’.

—Stock permanente de calandrias.

Servicio nocturno.

Coturnos para colibríes.

Invención y distinción en el arte pajareril (...)

Ilustración de Helena Martínez

En las ramas de mi pajarera hay un pajarito que le espera desde el 1.º de octubre de 1492. (...)

(En caso de accidente, pida pajaritos marcando CAN FIEL 69). Amigos: nunca nadie se atrevió a refutar la óptima textura ni los sublimes materiales de nuestros pájaros. Lo mismo en cuanto a la impecable terminación de cada nuncio canoro. Cierto, hay algo irrisorio en nuestra pajarería: nuestros precios, más bajos que Chaliapín, que Napoleón, que mi novio. Lista de precios en mano, usted, reirá como cuando su madrina fríe una raya estrellada.

(Tomado de «La pájara en el ojo ajeno», en Prosa completa,
edición a cargo de Ana Becciú, prólogo de Ana Nuño, Barcelona, Editorial Lumen, 2002, p. 100)

© Instituto Cervantes (España), 2004-2010. Reservados todos los derechos.

Origen


Hay que salvar al viento
los pájaros queman el viento
en los cabellos de la mujer solitaria
que regresa de la naturaleza
y teje tormentos
Hay que salvar al viento

Ilustración de Helena Martínez


(Tomado de «La última inocencia», en Obras completas. Poesía y Prosas,
introducción de Silvia Baron Supervielle, Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 1990, p. 223)

© Instituto Cervantes (España), 2004-2010. Reservados todos los derechos

Manchas


Un busto de Saturno se levantaba a la entrada del jardín. Las emisiones que de los agujeros faciales salían eran negras, pero tres sochantres reunidos a su alrededor las pintaban de rojo. A H. esto le pareció muy curioso, y se acercó a ellos para ver cómo lo hacían, para saber por qué lo hacían. En aquel momento oyó que uno de ellos le decía al otro:

—Me has manchado de pintura, te voy a matar. Nadie me descubrirá, pues las manchas de pintura proceden ineluctablemente a la ocultación de la identidad.

Sin título,1979. Antonio de Beneyto.


(Tomado de «Cuidado con la pintura», en Prosa completa,
edición a cargo de Ana Becciú, prólogo de Ana Nuño, Barcelona, Editorial Lumen, 2002, p. 56)

© Instituto Cervantes (España), 2004-2010. Reservados todos los derechos

Madrugada


Desnudo soñando una noche solar.
He yacido días animales.
El viento y la lluvia me borraron
como a un fuego, como a un poema
escrito en un muro.

Ilustración de Helena Martínez

(Tomado de «Los trabajos y las noches», en Obras completas. Poesía y Prosas,
introducción de Silvia Baron Supervielle, Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 1990, p. 248)

© Instituto Cervantes (España), 2004-2010. Reservados todos los derechos.

La verdad del bosque


Como un golfo de soles este espacio hermético y transparente: una esfera de cristal con el sol adentro; con un cuerpo dorado (un ausente, querido tú) con una cabeza donde brillan los ojos más azules delante de sol en la esfera transparente.

La acción transcurre en el desierto y qué
Ilustración de Helena Martínez

sola atravesé mi infancia como caperucita el bosque antes del encuentro feroz. Qué sola llevando una cesta, qué inocente, qué decorosa y bien dispuesta, pero nos devoraron a todos porque ¿para qué sirven las palabras si no pueden constatar que nos devoraron? —dijo la abuela.

Pero de la mía no se vistió el lobo. El bosque no es verde sino en el cerebro. La abuela dio a luz a mi madre quien a su vez me dio a tierra, y todo gracias a mi imaginación. Pero allí, en mi pequeño teatro, el lobo las devoró. En cuanto al lobo, lo recorté y lo pegué en mi cuaderno escolar. En suma, en esta vida me deben el festín.

—¿Y a esto llamas vida? —dijo la abuela.

(Tomado de «La verdad del bosque», en Prosa completa,
edición a cargo de Ana Becciú, prólogo de Ana Nuño, Barcelona, Editorial Lumen, 2002, p. 34)

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Sueño


Estallará la isla del recuerdo
La vida será un acto de candor
Prisión
para los días sin retorno
Mañana
los monstruos del buque destruirán la playa
sobre el vidrio del misterio
Mañana
la carta desconocida encontrará las manos
del alma

Ilustración de Helena Martínez

(Tomado de «La última inocencia», en Obras completas. Poesía y Prosas,
introducción de Silvia Baron Supervielle, Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 1990, p. 223)

© Instituto Cervantes (España), 2004-2010. Reservados todos los derechos.

La muerte y la niña


Debajo de un árbol, frente a la casa, veíase una mesa y sentados a ella, la muerte y la niña tomaban el té. Una muñeca estaba sentada entre ellas, indeciblemente hermosa, y la muerte y la niña la miraban más que al crepúsculo, a la vez que hablaban por encima de ella.

—Toma un poco de vino —dijo la muerte.

Sin título, 2000. Antonio Beneyto.

La niña dirigió una mirada a su alrededor, sin ver, sobre la mesa, otra cosa que té.

—No veo que haya vino —dijo.

—Es que no hay —contestó la muerte.

—¿Y por qué me dijo usted que había? —dijo.

—Nunca dije que hubiera sino que tomes —dijo la muerte.

—Pues entonces ha cometido usted una incorrección al ofrecérmelo —respondió la niña muy enojada.

—Soy huérfana. Nadie se ocupó de darme una educación esmerada —se disculpó la muerte.


(Tomado de «Devoción», en Prosa completa,
edición a cargo de Ana Becciú, prólogo de Ana Nuño, Barcelona, Editorial Lumen, 2002, p. 31)

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Juego Tabú


Ante todo una mancha roja, de un rojo débil pero no sombrío y ni siquiera opaco. La mancha configura un sombrero colorado que se inserta en el color arena húmeda del suelo compuesto por tres tablas de madera.

El conjunto —sombrero rojo y madera ocre— relumbra igual que en algunas iglesias umbrosas el manto de la Virgen. Fulgor mediocre que resplandece por obra de la oscuridad vecina.

El desconocido dueño del sombrero podría ser un niño que, asomado a la ventana, está jugando con
«El flechazo», 1990. Antonio Beneyto.
una máscara. Tampoco es improbable que alguien, otro niño, huyera del lugar a fin de no ver la escena de la ventana. En la fuga habría dejado caer su sombrero, y así, la mancha roja que está más acá de la ventana sería el sombrero de un ausente temeroso del recinto cuyo emblema es la conjunción de Eros y la muerte.


(Tomado de «Juego tabú», en Prosa completa,
edición a cargo de Ana Becciú, prólogo de Ana Nuño, Barcelona, Editorial Lumen, 2002, p. 64)

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El Escorial


Concierto de música religiosa del siglo XVIII en el salón de actos del Colegio Felipe II en El Escorial. Al sentarme me acometió una crisis de idiotismo retórico. Debo escuchar atentamente la conferencia de introducción a la música sacra del 18 —me dije— porque sin duda será emitida en un indudable perfecto español purísimo y yo, tan degenerada lingüísticamente, sí, oiré juiciosamente por saber cómo acomoda las palabras en la frase, de qué manera las pronuncia... Surgió la cantante y dio en leer ella misma la conferencia (...) En procura de

Sin título, 1990. Antonio Beneyto.
seriedad elevé mis ojos hacia la bóveda constelada de pequeños ángeles nada terribles pero descendiéndolos en seguida para estrellarlos de nuevo contra la sirvientita gallega ascendida a cantatriz que ya estaba cantando un villancico en alabanza del Señor. En el programa los títulos estaban anunciados en español pero no se comprendía nada.


(Tomado de «Escrito en España», en Prosa completa,
edición a cargo de Ana Becciú prólogo de Ana Nuño, Barcelona, Editorial Lumen, 2002, p. 17-18)

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El ausente


I

La sangre quiere sentarse.
Le han robado su razón de amor.
Ausencia desnuda.
Me deliro, me desplumo.
¿Qué diría el mundo si Dios
lo hubiera abandonado así?

II

Sin ti
«Blaus», 1998. Antonio Beneyto.

el sol cae como un muerto abandonado.
Sin ti
me tomo en mis brazos
y me llevo a la vida
a mendigar fervor.


(Tomado de «Las aventuras perdidas», en Obras completas. Poesía y Prosas,
introducción de Silvia Baron Supervielle, Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 1990, p. 227)

© Instituto Cervantes (España), 2004-2010. Reservados todos los derechos.

Duración




De aquí partió en la negra noche
y su cuerpo hubo de morar en este cuarto
en donde sollozos, pasos peligrosos
de quien no viene, pero hay su presencia
amarrada a este lecho en donde sollozos
porque un rostro llama,
engarzado en lo oscuro
piedra preciosa.

Ilustración de Helena Martínez



(Tomado de «Los trabajos y las noches», en Obras completas. Poesía y Prosas,
introducción de Silvia Baron Supervielle, Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 1990, p. 241)
© Instituto Cervantes (España), 2004-2010. Reservados todos los derechos.

Cuento de invierno


La luz del viento entre los pinos ¿comprendo estos signos de tristeza incandescente?

Ilustración de Helena Martínez

Un ahorcado se balancea en el árbol marcado con la cruz lila.

Hasta que logró deslizarse fuera de mi sueño y entrar a mi cuarto, por la ventana, en complicidad con el viento de la medianoche.

(Tomado de «Extracción de la piedra de la locura», en Obras completas. Poesía y Prosas,
introducción de Silvia Baron Supervielle, Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 1990, p. 266)

© Instituto Cervantes (España), 2004-2010. Reservados todos los derechos.

Cuarto solo



Si te atreves a sorprender
la verdad de esta vieja pared;
y sus fisuras, desgarraduras,
formando rostros, esfinges,
manos, clepsidras,
seguramente vendrá
una presencia para tu sed,
probablemente partirá
esta ausencia que te bebe.

«Personaje roto», 1990. Antonio Beneyto.


(Tomado de «Los trabajos y las noches», en Obras completas. Poesía y Prosas,
introducción de Silvia Baron Supervielle, Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 1990, p. 253)

© Instituto Cervantes (España), 2004-2010. Reservados todos los derechos.

Contemplación


Murieron las formas despavoridas y no hubo más un afuera y un adentro. Nadie estaba escuchando el lugar porque el lugar no existía.

Con el propósito de escuchar están escuchando el lugar.

Adentro de tu máscara relampaguea la noche. Te atraviesan con graznidos. Te martillean con pájaros negros. Colores enemigos se unen en la tragedia.

Ilustración de Helena Martínez


(Tomado de «Extracción de la piedra de la locura», en Obras completas. Poesía y Prosas,
introducción de Silvia Baron Supervielle, Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 1990, p. 265)

© Instituto Cervantes (España), 2004-2010. Reservados todos los derechos.

Cementerio


Había un hombre que vivía junto a un cementerio y nadie preguntaba por qué. ¿Y por qué alguien habría de preguntar algo? Yo no vivo junto a un cementerio y nadie me pregunta por qué. Algo yace, corrompido o enfermo, entre el sí y el no. Si un hombre vive junto a un cementerio no le preguntan por qué, pero si vive lejos de un cementerio tampoco le preguntan por qué. Pero no por azar vivía ese hombre junto a un cementerio. Se me dirá que todo es azaroso, empezando por el lugar en que se vive. Nada me puede importar lo que se me dice porque nunca nadie me dice nada cuando cree decirme algo. Solamente escucho mis rumores desesperados, los cantos litúrgicos venidos de la tumba sagrada de mi ilícita infancia. Es mentira. En este instante escucho a Lotte Lenya que canta Die dreigroshenoper. Claro es que se

«Paisaje imaginario», 1985. Antonio Beneyto.
trata de un disco, pero no deja de asombrarme que en este lapso de tres años entre la última vez que la escuché y hoy, nada ha cambiado para Lotte Lenya y mucho (acaso todo, si todo fuera cierto) ha cambiado para mí. He sabido de la muerte y he sabido de la lluvia.

(Tomado de «Los muertos y la lluvia», en Prosa completa,
edición a cargo de Ana Becciú, prólogo de Ana Nuño, Barcelona, Editorial Lumen, 2002, p. 43)

© Instituto Cervantes (España), 2004-2010. Reservados todos los derechos.

Árbol de Diana

1

He dado el salto de mía al alba.
He dejado mi cuerpo junto a la luz
y he cantado la tristeza de lo que nace.

2

Éstas son las versiones que nos propone:
Un agujero, una pared que tiembla...

Ilustración de Helena Martínez

3
Sólo la sed
el silencio
ningún encuentro
cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra.

(Tomado de «Árbol de Diana», en Obras completas. Poesía y Prosas,
introducción de Silvia Baron Supervielle, Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 1990, pp. 201-202)

© Instituto Cervantes (España), 2004-2010. Reservados todos los derechos.

Anillos de ceniza


A Cristina Campo

Son mis voces cantando
para que no canten ellos,
los amordazados grismente en el alba,
los vestidos de pájaro desolado en la lluvia.

Hay, en la espera,
un rumor a lila rompiéndose.
Y hay, cuando viene el día,
una partición del sol en pequeños soles negros.
Y cuando es de noche, siempre,
una tribu de palabras mutiladas
busca asilo en mi garganta,
para que no canten ellos,
los funestos, los dueños del silencio.


Ilustración de Helena Martínez

(Tomado de «Los trabajos y las noches», en Obras completas. Poesía y Prosas,
introducción de Silvia Baron Supervielle, Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 1990, p. 247)

© Instituto Cervantes (España), 2004-2010. Reservados todos los derechos.

Sobre los diarios

Dibujo de Alejandra Pizarnik.

En busca del autorretrato, es un fenómeno muy frecuente la exhumación de diarios, cartas y cuadernos de notas que organizan por escrito la vida de un autor ya fallecido. No escapa a esa costumbre Alejandra Pizarnik, lo cual permite acotar las zonas de sombra de una existencia breve y patológicamente previsible como la suya. Desde luego, el primer asedio a todo ese material es epidérmico y corresponde a la grafología. Dice Enrique Molina que la letra de la poetisa era «pequeñita, como un camino de hormigas o un minúsculo collar de granos de arena. Pero ese hilo, con toda su levedad, no se borrará nunca, es uno de los hilos luminosos para entrar y salir del laberinto» («La hija del insomnio», Cuadernos Hispanoamericanos, sup. Los complementarios, n.º 5, mayo de 1990, p. 6). Dicho laberinto, al menos en lo que atañe a su epistolario, tiene una primera bifurcación de orden dialéctico.

Sobre esta pista, recuerda Ivonne Bordelois que, de igual modo que la correspondencia de Virginia Woolf «manifiesta una capacidad camaleónica de empatía con sus destinatarios», en el caso de Pizarnik las variaciones de tono y las exclusiones acreditan «una clara voluntad de congeniar con su dialogante, evitar roces o malentendidos, respetar los límites de la intimidad o atravesarlos impunemente si la escucha del otro es disponible» (Correspondencia Pizarnik, Buenos Aires, Seix Barral, Editorial Planeta Argentina, 1998, p. 23). Sin duda, los diarios que han llegado hasta nosotros son de distinta naturaleza y permiten un rastreo más fiable y jugoso.

Las anotaciones abarcan el plazo que va desde 1960 hasta 1968. A modo de curiosidad académica, es importante resaltar que las entradas de 1960 y 1961 ya fueron editadas por la escritora en la revista colombiana Mito (n.º 39-40, 1962). Sin ese afán inmediato de publicidad, las entradas sucesivas, seleccionadas y ordenadas por Ana Becciú a la muerte de la escritora, tienen un carácter diverso. Becciú manejó la documentación que llega hasta 1963, resumiendo los diarios que preparó Pizarnik en 1965. Los demás textos parten de la búsqueda efectuada por Olga Orozco y Ana Becciú.

De un modo claro, tanto los diarios como la correspondencia permiten valorar cuánto deseaba Alejandra relacionarse en el ámbito artístico. César Aira menciona esa vida social en los medios literarios e incluso alude al esnobismo de la poetisa, afanada en conocer escritores y formar parte de su entorno. «Cuanta más gente conociera —escribe—, cuanto mejores fueran los poetas de los que fuera amiga, más debería cuidarse de dejar flancos desguarnecidos» (Alejandra Pizarnik, Barcelona, Ediciones Omega, col. Vidas literarias, 2001, p. 41).

Muy significativas por su valor literario son las entradas que reúne en su antología Frank Graziano. Especialmente en el primer tramo, estas confidencias al diario permiten sondear la psicología del personaje, enriqueciendo la lectura de otras creaciones suyas. El miedo, por ejemplo, es un sentimiento que pone en escena de forma reiterada. «Cuando entré en mi cuarto —escribe el 31 de diciembre de 1960— tuve miedo porque la luz ya estaba prendida y mi mano seguía insistiendo hasta que dije: Ya está prendida. Me saqué los pantalones y subí a la silla para mirar cómo soy con el suéter y el slip; vi mi cuerpo adolescente; después bajé y me acerqué nuevamente al espejo: Tengo miedo, dije. Revisé mis rasgos y me aburrí». En realidad, Alejandra está hambrienta y tiene ganas de romper algo. «Me dirigí a la mesa y quise escribir un poema pero temí aumentar el desorden de los libros y papeles. Me mordía los labios y no sabía qué hacer con las manos. Me asustaba saberme andando por la piecita desordenada, con la boca devorándose y la memoria petrificada» («Diarios 1960-1968», Frank Graziano, introducción y compilación, Alejandra Pizarnik. Semblanza, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1992, pp. 242-243).

A la manera de una profecía que, una vez expresada, debe cumplirse, Alejandra Pizarnik intuye la calma de la muerte y coquetea con la idea de quitarse la vida. La fobia al cuerpo anuncia ese mismo camino, urdido por la fatalidad. No obstante, el 2 de enero de 1961 ubica de forma aún más clara sus temores, mostrándose autocompasiva y sufriente. «No es verdad —repite a renglón seguido— que aquella mañana tuve miedo. No es verdad, no fue en la parte menos visible del verbo, es ahora, me despierto, tengo miedo. Me he mirado las piernas y he subido mis ojos por mi cuerpo, lentamente, como un cuidadoso pensamiento asesino. Éste es mi cuerpo, dije. Me desperté y he visto. Manos en mi garganta. Qué idiota soy» (Frank Graziano, op. cit., p. 244). Si pudiera tomar nota de su intimidad todos los días, observa el 8 de marzo de 1961, sería una forma de «no perderme, de enlazarme, porque es indudable que me huyo, no me escucho... El más grande misterio de mi vida es este: ¿por qué no me suicido? En vano [procuro] alegrar mi pereza, mi miedo, mi distracción. Tal vez por eso siento, cada noche, que me he olvidado de algo» (Frank Graziano, op. cit., p. 249).

Ante sentimientos de tal calibre, el lenguaje pierde entidad y eficacia. Las ideas surgen a borbotones, se atropellan, caen en el tópico evanescente. «Me horroriza mi lenguaje —escribe el 11 de julio de 1965—. Miento todo el tiempo. Si hablo miento. Hay que averiguar por qué. Hay que demorarse. Me gustaría escribir en forma muy simple y clara. Basta de retórica... Me pregunto cómo hacen los demás para soportar el hecho de vivir. Esta es otra cosa que sería bueno averiguar» (Frank Graziano, p. 269). Por eso, la escritura palpita y se proyecta de forma súbita en el vacío. Así lo explica y siente Silvia Baron Supervielle, quien añade que «no es su relato lo que importa sino aquello a lo cual podría darle forma. Dar forma no a lo que está muerto sino a lo que jamás ha sido forma hasta aquí. Esperar que, más allá de la inmensidad, donde el silencio ya no está, la voz surja de una región increada» (La línea y la sombra, traducción de Eduardo Paz Leston, Valencia, Pre-Textos, 2003, p. 76).



Cronología


En un grado diverso, los detalles aportados en la siguiente tabla cronológica proceden de trabajos originales de Ana Becciú, César Aira, Frank Graziano, Ana Nuño y Bernardo Ezequiel Koremblit. Por el interés y riqueza de su amplio estudio en torno a Pizarnik, citamos con mayor profusión los datos recopilados en los escritos de Cristina Piña. Asimismo hemos dividido esta cronología en dos etapas:

1934-1955, periodo que abarca los años de formación de Flora/Alejandra desde su paso por la Escuela n.º 7 de Avellaneda, su ingreso a la facultad de periodismo, su vocación sartriana y surrealista, hasta la publicación de su primer libro, La tierra más ajena, a sus escasos diecinueve años de edad.

1956-1972, periodo que se inicia con la publicación de su segundo libro de poemas, La última inocencia, seguido de Las aventuras perdidas. Visita París y Nueva York, donde se relaciona con artistas y escritores como Cortázar y escribe aunque sin ninguna disciplina, ya que rechaza esta opción de vida. Regresa a Buenos Aires. Ocurre su trágica muerte.

Bigrafía Literaria


Hablando de Alejandra Pizarnik, el diálogo entre creación y destrucción, coherencia y diversidad contradictoria, se resuelve en una biografía llena de serios equívocos. Consta en el registro que su natalicio fue el 29 de abril de 1936. Su raigambre es ruso-judía, y ésa es la identidad que defienden sus padres, llegados a la Argentina tras haber permanecido algún tiempo en París, donde vive un hermano del cabeza de familia, Elías Pozharnik. Ya habrá notado el lector una variante en la ortografía del apellido, un hecho atribuible, según la versión de César Aira, a «uno de los muy corrientes errores de registro de los funcionarios de inmigración. Tenía veintisiete años, y no hablaba una palabra de castellano, lo que era el caso asimismo de su esposa, un año menor, Rejzla Bromiker, cuyo nombre pasó a ser Rosa» (Alejandra Pizarnik, Barcelona, Ediciones Omega, col. Vidas literarias, 2001, p. 9). Con los Pizarnik instalados en la capital argentina, el árbol genealógico acoge a dos niñas: Myriam y Flora, más tarde llamada Alejandra. El clan ocupa una espaciosa vivienda en Avellaneda, mantenida gracias al negocio de venta de joyería al que se dedica Elías. El destierro, por doloroso que parezca, es en este caso providencial, pues el resto de los Pozharnik y Bromiker, «con excepción del hermano del padre en París, y la hermana de la madre en Avellaneda, pereció en el Holocausto, lo que para la niña debió de significar un contacto temprano con los efectos de la muerte» (César Aira, op. cit., p. 10).

La experiencia infantil de Alejandra es bastante liberal, de acuerdo con el criterio de su progenitor. En 1954 concluye los estudios secundarios y comienza un periodo de titubeo académico. A medio camino entre las aulas de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires y las de la Escuela de Periodismo, la joven procura descubrir una vocación literaria que le anima a seguir el catedrático de Literatura Moderna, Juan Jacobo Bajarlía. Ya por estas fechas, «la fascinación de la infancia perdida —escribe Enrique Molina— se convierte en ella, por una oscura mutación que cambia los signos, en la fascinación de la muerte, igualmente deslumbradora una y otra, igualmente plenas de vértigo» («La hija del insomnio», Cuadernos Hispanoamericanos, sup. Los complementarios, n.º 5, mayo de 1990, p. 5). Ahora sabemos qué la condujo al taller del pintor surrealista Batlle Planas. Por algo recuerda Aira que los cuadros de Batlle reproducen escenas espectrales, «con algo de Tanguy y algo de Arp o Miró. El interés de la poeta en este tipo de pintura deriva evidentemente de su figuración metafórica; sólo admitió una desviación hacia la pintura llamada naïf, que fue una escuela floreciente en la Argentina en ese entonces» (César Aira, op. cit., p. 11). Con todo, más allá de estas sutilezas, Alejandra juega a convertirse en reportera, y llega a asistir al Festival de Cine de Mar del Plata de 1955. Pero la experiencia periodística queda apartada en beneficio de otras inquietudes.

Dibujo de Alejandra PizarnikComo expresión de esa fragilidad a la que haremos alusión en más de un párrafo, el asma y la tartamudez son irrefutables. En vista de semejante aprisionamiento somático, don Elías cuida a su hija: costea su primer libro, La última inocencia (1956), e incluso llega a abonar los honorarios del psicoanalista que intentará poner en orden el desván sentimental de Alejandra. De hecho, ni la pintura ni la poesía bastan como terapia, y ella experimenta el breve y peligroso fenómeno psicodélico de las anfetaminas. También cura el dolor con analgésicos y frecuenta los somníferos para escapar de la vigilia nocturna.

Con todos los rasgos de la bohemia juvenil podría hacerse una suerte de patrón de conducta, relativamente fiel a la personalidad de Pizarnik, salvo en un detalle nada desdeñable, y es que ella «tuvo una invencible aversión a la política, que justificaba con el hecho de que su familia en Europa hubiera sido sucesivamente aniquilada por el fascismo y el estalinismo. (...) Para ella, la literatura tenía un único compromiso con la calidad» (César Aira, op. cit., p. 17). Así, pues, la vida literaria es una empresa que ella acomete con máximo interés. Entre los primeros tejados bajo los que se guarece, figura la revista Poesía Buenos Aires (1950-1960), foco del grupo de los llamados invencionistas, paralelo a otro, el surrealista, cuyas inquietudes también son las propias de la joven poetisa. Curiosamente, la autora de Las aventuras perdidas (1958) frecuenta la consulta del psicoanálisis aun cuando André Breton recuerda «a los jóvenes y a las almas novelescas que, porque este invierno está de moda el psicoanálisis, necesitan figurarse como una de las más prósperas agencias del charlatanismo moderno, la consulta del doctor Freud, con aparatos para transformar los conejos en sombreros» («Entrevista con el profesor Freud», Los pasos perdidos, traducción de Miguel Veyrat, Madrid, Alianza Editorial, 1998, p. 89). ¿Contradicción? Más bien al contrario: coincidencia de freudianos y surrealistas en el vórtice del subconsciente.

No obstante, precisemos. Dentro del panorama surrealista, hay dos poetas que coinciden con Alejandra: Enrique Molina y Olga Orozco. Con esta última, por cierto, «tendría una relación que excedió la literatura» (César Aira, op. cit., pp. 21-22). Casi en paralelo, la joven accede en 1955 a las creaciones de Antonio Porchia, un poeta «fundamental en la creación del estilo y el procedimiento de Pizarnik. No fue la única que sacó enseñanzas de su obra: el otro fue Roberto Juarroz, y es instructivo hacer un paralelo entre ambos discípulos» (Ídem, p. 25). Al reseñar la correspondencia que mantuvo nuestra poeta con el escritor y pintor manchego Antonio Beneyto (Dos letras, edición de Carlota Caulfield, Barcelona, March Editor, 2003), Blas Matamoro intuye que, para ella, «los poemas son aproximaciones a la Poesía. No son obras ni textos, sino intentos, borradores, ensayos». Con todo, a través de ese tanteo cabe establecer un inventario de cualidades personales: «ser hija y habitante de la noche, esa madre antigua y regia; buscar con afán la recuperación de los olvidos infantiles; cultivar sin confusión el laberinto de una compleja identidad, centrada en deseos nítidos; existir en una soledad sin fondo y sin horror; practicar una estética de la locura (Artaud, Lautréamont) como defensa contra la locura» («Alejandra de cerca», Blanco y Negro Cultural, suplemento del diario ABC, 12 de julio de 2003, p. 21).

En esa lucha contra la entropía, Alejandra Pizarnik ensaya diversas estrategias. Una de ellas es el destierro, puesto en práctica en París desde 1960 hasta a 1964. Pero ni siquiera ese nuevo extrañamiento relaja su íntima tensión. «En el fondo —escribe el 25 de julio de 1965— yo odio la poesía. Es, para mí, una condena a la abstracción. Y además me recuerda esa condena. Y además me recuerda que no puedo «hincar el diente» en lo concreto. Si pudiera hacer orden en mis papeles algo se salvaría. Y en mis lecturas y en mis miserables escritos» («Diarios 1960-1968», Frank Graziano, introducción y compilación, Alejandra Pizarnik. Semblanza, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1992, p. 271). Ya se ve: el ensimismamiento hermético y la muerte son los dos puertos que la esperan. Otra empresa posible es el silencio, que se presenta de dos maneras en su obra. «La primera —temible y peligrosa para la palabra poética, aún en antítesis con ella— corresponde a la incapacidad de enunciación. (...) La otra —atracción y fuerza de la palabra poética— simboliza un mundo auténtico, intacto y perdido, y confina con la poesía misma, además de ser el componente necesario de la resonancia propia del lenguaje lírico» (Anna Soncini, «Itinerario de la palabra en el silencio», Cuadernos Hispanoamericanos, sup. Los complementarios, n.º 5, mayo de 1990, pp. 7-8).

Claro que, en casi todos los temas que tratamos de ordenar vuelve a infiltrarse la muerte, cuyos códigos descifra en el periodo durante el cual publica Árbol de Diana (1962) y Los trabajos y las noches (1965). «Leí mi libro —escribe el 26 de agosto de 1965—. La muerte es allí demasiado real, si así puedo decir; no el problema de la muerte sino la muerte como presencia. Cada poema ha sido escrito desde una total abolición (o mejor: desaparición) del mundo con sus ríos, con sus calles, con sus gentes. Esto no significa que los poemas sean buenos» («Diarios 1960-1968», op. cit., p. 273). Pese a figurar como detalle anecdótico, sorprende que, aun definiéndose en esa totalidad de la muerte, Pizarnik cultivara a ratos y con buen estilo el donaire social. Una vez más, el lenguaje era su instrumento privilegiado. Por ello censura Ivonne Bordelois que los autores de semblanzas no hablen nunca de «la extraordinaria voz de Alejandra y de su aún más extraordinaria dicción. Alejandra hablaba literariamente desde el otro lado del lenguaje, y en cada lenguaje, incluyendo el español y sobre todo en español, se la escuchaba en una suerte de esquizofrenia alucinante» (Correspondencia Pizarnik, Buenos Aires, Seix Barral, Editorial Planeta Argentina, 1998, p. 15).

La joven Pizarnik montando en bicicletaCuando el 30 de abril de 1966 retoma las páginas de su diario, se observa recién llegada a los treinta años, sin saber aún nada de la existencia. «Lo infantil —escribe— tiende a morir ahora pero no por ello entro en la adultez definitiva. El miedo es demasiado fuerte sin duda. Renunciar a encontrar una madre. La idea ya no me parece tan imposible. Tampoco renunciar a ser un ser excepcional (aspiración que me hastía). Pero aceptar ser una mujer de 30 años... Me miro en el espejo y parezco una adolescente. Muchas penas me serían ahorradas si aceptara la verdad» («Diarios 1960-1968», op. cit., p. 277). Al cabo, la substancia nativa de la poesía y de la biografía se confunden, y aunque ello pueda ser discutido por numerosos analistas, lo cierto es que los motivos recurrentes de una no se explican fácilmente sin el auxilio de los que atañen a la otra: «la seducción y la nostalgia imposibles, la tentación del silencio, la escritura concebida como espacio ceremonial donde se exaltan la vida, la libertad y la muerte, la infancia y sus espejismos, los espejos y el doble amenazador» (Ana Nuño, en Alejandra Pizarnik, Prosa completa, edición a cargo de Ana Becciú, Barcelona, Editorial Lumen, 2001, p. 8).

Mediante el simbolismo desmesurado de Extracción de la piedra de locura (1968), la sola cita del dolor y la impotencia configura el tablero poético, pero no ya por medios convencionales, sino a través de una constatación —rica en consecuencias— de la falta de fe en su propia imaginación creadora. «Si no fuera así —escribe el 24 de mayo de 1966— no leería para aprender sino para gozar. ¿Aprender qué? Formas. No, no es el deseo de frecuentar modos de expresión. Mis contenidos imaginarios son tan fragmentarios, tan divorciados de lo real, que temo, en suma, dar a luz nada más que monstruos. (...) Creo que se trata de un problema de distribución de energías. Pero lo esencial es la falta de confianza en mis medios innatos, en mis recursos internos o espirituales o imaginarios» («Diarios 1960-1968», op. cit., pp. 279-280).

Desde luego, sólo en este clima de bloqueo y melancolía es posible estudiar de forma pormenorizada títulos como Nombres y figuras (1969), La condesa sangrienta (1971) y El infierno musical (1971). En cierto modo, podemos insinuar un propósito testamentario, aunque ese fin también es propio de creadores que no conciben el suicidio entre sus planes. El caso es que, si bien permite que la imprenta reitere sus palabras, Alejandra no quiere perpetuarse y por eso elige morir en la madrugada del 25 de septiembre de 1972. Cincuenta pastillas de Seconal sódico le interesan como un símbolo de su decisión, y es que la muerte «es la mayor disonancia o, quizá, la armonía radical del silencio» (Blas Matamoro, Puesto fronterizo, Madrid, Síntesis, 2003, p. 174). En todo caso, según detalla Ana Nuño, la mitificación de su propio fallecimiento «ha acabado produciendo una especie de «relato de la pasión que la recubre con el velo de un Cristo femenino». Abundan los retratos del poeta suicida y Alejandra ingresa en esa galería de espectros añadiendo una etiqueta más a su obra. ¿Alguien discute, a estas alturas, que el malditismo sea un rótulo atractivo?

Como es obvio para Nuño, resultan graves las consecuencias de esa patología consistente en vincular vida y obra. La lectura de todo ello nos conduce a la cuestión del género: «La melancolía, la soledad y el aislamiento, cuando se ponen de manifiesto en la vida de una mujer, son rasgos que admiten ser interpretados como la prueba de un desequilibrio psíquico de tal naturaleza, que puede conducir a su autora al suicidio o la locura. Si es varón el escritor, en cambio, y su obra o vida o ambas manifiestan parecida contextura —la lista es larga, de Hölderlin y Rimbaud a Kafka y Beckett—, ésta suele recibirse como una confirmación del talante visionario del hacedor» (Ana Nuño, op. cit., p. 7). A vueltas con esa conexión entre la obra literaria y la realidad de su autora, Frank Graziano cree que «la obra suicida de Pizarnik sólo puede nombrar una muerte literaria y nunca una real». Es más, el debate sobre si la escritora cometió un suicidio o simplemente erró la dosis, resulta académico en lo concerniente a su creación literaria, pues dicha obra «sólo nombra la muerte que sufrió Pizarnik como autora, como personaje de su propia ficción, cualesquiera que fuesen las intenciones específicas de Pizarnik como persona» («Una muerte en que vivir», Alejandra Pizarnik. Semblanza, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1992, pp. 12-13).

Pese a algún exceso romántico y a más de un fraude piadoso, las biografías que han ido reconstruyendo el pasado de Alejandra Pizarnik reúnen hechos ciertos, aunque guiados por una relación mudable, de sabor barroco. En rigor, no son juegos imaginativos sino manifestaciones vibrantes, cuya materia prima es de las que fecundan una generación. Al fin y al cabo, reconstruir una vida de esta naturaleza conlleva un acto de soberbia en el que los biógrafos se creen capaces de expresar sentimientos y formas delirantes, pero también es un acto de humildad, también es un deseo de perfeccionar literariamente lo que en el pasado se ve como imperfecto y quebradizo.

AQUÍ ALEJANDRA de Julio Cortázar

Bicho aquí,

aquí contra esto,
pegada a las palabras
te reclamo.
Ya es la noche, vení,
no hay nadie en casa

Salvo que ya están todas
como vos, como ves,
intercesoras,
llueve en la rue de l’Eperon
y Janis Joplin.
Alejandra, mi bicho,
vení a estas líneas, a este papel de arroz
dale abad a la zorra,
a este fieltro que juega con tu pelo

(Amabas, esas cosas nimias
aboli bibelot d’inanité sonore

las gomas y los sobres
una papelería de juguete
el estuche de lápices
los cuadernos rayados)

Vení, quedate.
tomá este trago, llueve,
te mojarás en la rue Dauphine,
no hay nadie en los cafés repletos,
no te miento, no hay nadie.

Ya sé, es difícil,
es tan difícil encontrarse
este vaso es difícil,
este fósforo.

y no te gusta verme en lo que es mío,
en mi ropa en mis libros
y no te gusta esta predilección
por Gerry Mulligan,
quisieras insultarme sin que duela
decir cómo estás vivo, cómo
se puede estar cuando no hay nada
más que la niebla de los cigarrillos,
como vivís, de qué manera
abrís los ojos cada día
No puede ser, decís, no puede ser.

Bicho, de acuerdo,
vaya si sé pero es así, Alejandra,
acurrúcate aquí, bebé conmigo,
mirá, las he llamado,
vendrán seguro las intercesoras,

el party para vos, la fiesta entera,
Erszebet,
Karen Blixen
ya van cayendo, saben
que es nuestra noche, con el pelo mojado
suben los cuatro pisos, y las viejas
de los departamentos las espían
Leonora Carrington, mirala,
Unica Zorn con un murciélago
Clarice Lispector, agua viva,
burbujas deslizándose desnudas
frotándose a la luz, Remedios Varo
con un reloj de arena donde se agita un láser
y la chica uruguaya que fue buena con vos
sin que jamás supieras
su verdadero nombre,
qué rejunta, qué húmedo ajedrez,
qué maison close de telarañas, de Thelonious,
que larga hermosa puede ser la noche
con vos y Joni Mitchell
con vos y Hélène Martin
con las intercesoras
animula el tabaco
vagula Anaïs Nin
blandula vodka tónic
No te vayas, ausente, no te vayas,
jugaremos, verás, ya verás, ya están llegando
con Ezra Pound y marihuana
con los sobres de sopa y un pescado
que sobrenadará olvidado, eso es seguro,
en un palangana con esponjas
entre supositorios y jamás contestados telegramas.
Olga es un árbol de humo, cómo fuma
esa morocha herida de petreles,
y Natalía Ginzburg, que desteje
el ramo de gladiolos que no trajo.
¿Ves bicho? Así. Tan bien y ya. El scotch,
Max Roach, Silvina Ocampo,
alguien en la cocina hace café
su culebra contando
dos terrones un beso
Léo Ferré
No pienses más en las ventanas
el detrás el afuera
Llueve en Rangoon —
Y qué.
Aquí los juegos. El murmullo
(Consonantes de pájaro
vocales de heliotropo)
Aquí, bichito. Quieta. No hay ventanas ni afuera
y no llueve en Rangoon. Aquí los juegos.

miércoles, 7 de julio de 2010

ALEJANDRA ESTA TRISTE - ALEJANDRA SOÑADORA







LECTURA DE 11 POEMAS DE ALEJANDRA PIZARNIK

VÉRTIGOS O CONTEMPLACIÓN DE ALGO QUE TERMINA

LECTURA CARTA DE AMOR

POETA Y ESCRITORA POR SIEMPRE

CENIZAS

A LA ESPERA DE LA OSCURIDAD

ALEJANDRA PIZARNIK

COREOGRAFÍAS DE LA PALABRA

ROMINA SOLEDAD BADA

LA TIERRA MAS AJENA

POEMAS






LA ÚLTIMA INOCENCIA

ÁRBOL DE DIANA (1962) TANGIBLE AUSENCIA DE ALEJANDRA PIZARNIK

martes, 6 de julio de 2010

PIZARNIK - DIALOGOS

ALEJANDRA PIZARNIK

JANIS JOPLIN Y ALEJANDRA PIZARNIK

UNA VOZ

LA JAULA

LA ENAMORADA

CAMINOS DEL ESPEJO

EXILIO

a Raúl Gustavo Aguirre

Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.

¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas
aunque fuere con sonrisas?

Siniestro delirio amar una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ámgeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.

EL DESPERTAR

a León Ostrov

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios

Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo

Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos

Señor
El aire me castiga el ser
Detrás del aire hay mounstros
que beben de mi sangre

Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada.

Señor
Tengo veinte años
También mis ojos tienen veinte años
y sin embargo no dicen nada

Señor
He consumado mi vida en un instante
La última inocencia estalló
Ahora es nunca o jamás
o simplemente fue

¿Còmo no me suicido frente a un espejo
y desaparezco para reaparecer en el mar
donde un gran barco me esperaría
con las luces encendidas?

¿Cómo no me extraigo las venas
y hago con ellas una escala
para huir al otro lado de la noche?

El principio ha dado a luz el final
Todo continuará igual
Las sonrisas gastadas
El interés interesado
Las preguntas de piedra en piedra
Las gesticulaciones que remedan amor
Todo continuará igual

Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo
porque aún no les enseñaron
que ya es demasiado tarde

Señor
Arroja los féretros de mi sangre

Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón

Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglos

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y ha devorado mis esperanzas

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo

LA ÚLTIMA INOCENCIA


Partir
en cuerpo y alma
partir.

Partir
deshacerse de las miradas
piedras opresoras
que duermen en la garganta.

He de partir
no más inercia bajo el sol
no más sangre anonadada
no más fila para morir.

He de partir

Pero arremete ¡viajera!

NOCHE


correr no sé donde
aquí o allá
singulares recodos desnudos
basta correr!
trenzas sujetan mi anochecer
de caspa y agua colonia
rosa quemada fósforo de cera
creación sincera en surco capilar
la noche desanuda su bagaje
de blancos y negros
tirar detener su devenir

LEJANÍA


Mi ser henchido de barcos blancos.
Mi ser reventando sentires.
Toda yo bajo las reminiscencias de tus ojos.
Quiero destruir la picazón de tus pestañas.
Quiero rehuir la inquietud de tus labios.
Porqué tu visión fantasmagórica redondea los cálices de estas horas?

LA JAULA

Afuera hay sol.
No es más que un sol
pero los hombres lo miran
y después cantan.

Yo no sé del sol.
Yo sé la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento.
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.

Yo lloro debajo de mi nombre.
Yo agito pañuelos en la noche y barcos sedientos de realidad
bailan conmigo.
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos.

Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.

SALVACIÓN


Se fuga la isla
Y la muchacha vuelve a escalar el viento
y a descubrir la muerte del pájaro profeta
Ahora
es el fuego sometido
Ahora
es la carne
la hoja
la piedra
perdidos en la fuente del tormento
como el navegante en el horror de la civilación
que purifica la caída de la noche
Ahora
la muchacha halla la máscara del infinito
y rompe el muro de la poesía.

LA ENAMORADA


esta lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra alejandra no lo niegues.

hoy te miraste en el espejo
y te fue triste estabas sola
la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió

enviarás mensajes sonreirás
tremolarás tus manos así volverá
tu amado tan amado

oyes la demente sirena que lo robó
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo
oh nada de angustias
ríe en el pañuelo llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer enamorada fuiste tú

te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más!
(Alejandra Pizarnik, de La última inocencia, 1956)

A LA ESPERA DE LA OSCURIDAD


Ese instante que no se olvida
Tan vacío devuelto por las sombras
Tan vacío rechazado por los relojes
Ese pobre instante adoptado por mi ternura
Desnudo desnudo de sangre de alas
Sin ojos para recordar angustias de antaño
Sin labios para recoger el zumo de las violencias
perdidas en el canto de los helados campanarios.

Ampáralo niña ciega de alma
Ponle tus cabellos escarchados por el fuego
Abrázalo pequeña estatua de terror.
Señálale el mundo convulsionado a tus pies
A tus pies donde mueren las golondrinas
Tiritantes de pavor frente al futuro
Dile que los suspiros del mar
Humedecen las únicas palabras
Por las que vale vivir.

Pero ese instante sudoroso de nada
Acurrucado en la cueva del destino
Sin manos para decir nunca
Sin manos para regalar mariposas
A los niños muertos


MI ADORADA ALEJANDRA PIZARNIK ESTA MUERTA EN VIDA......


LA MUERTE SIEMPRE A MI LADO
ESCUCHO SU DECIR
SOLO ME OIGO...








LOS DIARIOS DE ALEJANDRA PIZARNIK



LUZ ÁNGELA RENDÓN

A treinta años de su muerte, se publicaron en Argentina los diarios y la prosa completa de la poeta Alejandra Pizarnik, los diarios fueron recortados y censurados excluyendo (como sucedió en el pasado con gran parte de la obra en prosa y por voluntad propia de la autora) aquello que además de resultar ofensivo para algunos, no tenía mayor valor literario; no obstante y a pesar de lo polémico de la elección, la información que brindan es lo suficientemente valiosa para estudiosos y admiradores de Pizarnik y motivo suficiente para celebrar el suceso y recomendar su lectura. (1) Ellos son un testimonio fiel e inteligente de su proceso creativo, es decir que pueden leerse como la mejor lección de escritura, pero también como una historia de vida aunque este no era para nada el propósito de su autora; fueron para ella refugio y laboratorio, escribía en ellos por necesidad -anímica, sicológica- , pero también con la idea de que más adelante pudiera convertirlos en su novela. En todo caso es evidente que no le interesaba dejar memoria de su vida, al menos entendida como su vida pública.

Siempre tuvo la idea de la novela, desde el principio. Cada que deseaba algo, deseaba también lo contrario -y en este movimiento a veces llegaba hasta a desearlo todo a la vez, terminando en el vértigo y la perplejidad-. Quiso escribir poemas breves e intensos como un alarido en la noche y lo hizo, pero entonces tuvo la necesidad de experimentar lo contrario de lo que ellos le dejaban; quiso no morir más de inmanencia, salir de sí misma y decir cosas más lentamente, hallar alguna forma de continuidad al hablar, no hablar más a gritos. El diario le proporcionaba algo de esto pero en la medida que no se trataba de un lenguaje trabajado sino natural, ese alivio a sus necesidades no hacía más que alejarla de su objetivo de ser y expresarse de otra forma; por eso no deja de recriminarse e inculparse por no comenzar de una vez a trabajar en la novela y en cambio sí seguir escribiendo libremente en su cuadernillo. En algún punto del trayecto, a los 22 años, escribía:

“Pierdo los días, la vida, el sueño. Pero yo no tengo la culpa si deseo, a la vez, la muerte y la vida. al mismo tiempo, a la misma hora. Nada podré hacer si no me impongo un método de trabajo. Y en primer lugar un método de aprendizaje literario. Si yo tuviera el lenguaje en mi poder escribiría día y noche, pues es lo que màs deseo. Pero ya es obsesiva mi desconfianza en el manejo del idioma. Y la novela se convierte en utopía. Cómo estudiar, y trabajar, y leer, y escribir. Y lo quiero todo al mismo tiempo. Y también embriagarme, y ver amigos y angustiarme, y asistir a todos los [tachado]. Pero sobre todo angustiarme y querer morir porque quisiera todo y sólo soy nada. ¿Qué significa mi abuso de la conjunción y? ¿Qué sino prolongar hasta el infinito cuestiones que es necesario resolver ahora y aquí? (2)

Y un año más tarde:

“Duermo mal. Algo me urge y al mismo tiempo algo me estanca. Ganas de lanzarme y de quedarme clavada. Interés e indiferencia. He temido la locura. Estoy también segura -o calmada- respecto de mi fortaleza mental. Pensé en el amor. Esperanza y desesperanza. Superficial y profunda. Ängel y demonio. Genio e idiotez. No puedo morirme, me disperso, me ilusiono, me desespero. Estoy y no estoy en el mundo. Quiero y no quiero. Pensé mucho tiempo en el escribir y quiero aprender. Presiento un lenguaje mío, un estilo que no se dio nunca, porque será mío. A la casa de él, entonces. Quiero escribir en prosa. Hoy llamé a O. Me alteró su voz. No quiero analizarme. Mi única salvación es comenzar a pensar, es decir, interesarme por objetos concretos. Basta de absolutos, basta de la nada.” (3)

En el plano de la expresión, el conflicto entre poesía y prosa da lugar a declaraciones como las siguientes.

“Quiero escribir cuentos, quiero escribir novelas, quiero escribir en prosa. Pero no puedo narrar, no puedo detallar, nunca he visto nada, nunca he visto a nadie […] La poesía me dispersa, me desobliga de mi y del mundo. Pero contar en vez de cantar. No sé. Es como el lápiz mágico con el que soñaba de niña: que supiera, solo, multiplicar y dividir. Así ahora, me gustaría escribir novelas en el sentido más realista y tradicional que existe”. “no sé por qué me parece que una novela sí es un verdadero acto de creación. Porque la poesía no soy yo quien la escribe.” “La idea de escribir una novela al estilo “ortodoxo”, es decir, narrando, significa elegir lo que es más opuesto a mi naturaleza” Ahí va otra vez en pos de su sombra y percibiendo el otro lado de su poesía: “Es como si hubiera descubierto lo intolerable y lo imposible de la poesía. Me horroriza el lenguaje poético y a la vez, me repugnan los poemas en lenguaje oral” “Cada vez que interviene la razón, que me preocupo por leyes de armonía -heredadas o no-, que escamoteo y sustraigo del caos, la mentira se me vuelve evidente, se aparece como si fuera una visión o como si fuera una revelación sobrenatural” “El peligro de mi poesía es una tendencia a la disecación de las palabras: las fijo en el poema como con tornillos. Cada palabra se hace de piedra. Y ello se debe, en parte, a mi temor de caer en un llanto trágico. Y también el temor que me provocan las palabras” También cuando escribe el diario, no deja de percibir las varias caras de ese escribir: “Tal vez me hace daño escribir este diario pues me proporciona la fantasía de una falsa facilidad literaria. Preferiría estar cinco horas frente al escritorio y escribir solamente dos líneas que estar dos horas y escribir cinco páginas que luego deberé reducir a dos líneas. Lo que me molesta es la escoria” “en verdad no quiero escribir por compromiso o mejor dicho no puedo escribir por compromiso. No sé por qué siento que vengo haciéndolo desde siempre, excepto este diario, este y los demás diarios, en los que me quejo y protesto con cierta libertad -palabra que no debería decir nunca” “el destino de este diario, hallar en él algo a modo de continuidad”

No se encuentran revelaciones propiamente dichas en estos diarios, nada que no esté ya en la obra y mucho menos que la desmienta, en lugar de eso se ponen sobre la mesa –así sea parcialmente- todas las piezas del rompecabezas de su personalidad, y se comparte con ella, entre la emoción, la sorpresa y la fatiga el infierno de su lucidez. Está por ejemplo la carencia afectiva, presente de principio a fin, confabulándose con su exigente y agotador “método” de escritura para acelerar su destrucción

Es tal su imagen de escritora entregada y consagrada por entero a su trabajo, que no deja de sorprendernos cuando nos encontramos de frente con las dudas naturales del comienzo. El diario comienza en 1954 a los 18 años. Sus inicios están marcados por conflictos idénticos a los de cualquier joven -entre la disipación e indisciplina de la juerga y la seriedad y adultez de la disciplina de trabajo- e idénticos a los de cualquier escritora en ciernes -profesión, enfrentada a (¡oh sorpresa!) los hijos y la vida de pareja-. En 1955, año en que publica su primer libro, Alejandra habla sobre su temor a errar en la elección de su vocación. Se dice que habría que comenzar pues por renunciar a la vida de hogar; los ejemplos conocidos así lo confirman, después de hacer un breve repaso de escritoras célebres, son mayoría las que sólo le merecen desprecio: ¡galeotes dramáticos!, aridez sublimada, dice para referirse a ellas, sólo Catherine Mansfield -con la que se identifica varias veces le parece convincente “pero sus tareas eran análogas y la mayor parte del tiempo estaban separados”, concluye. Pero, ¿y si después pasa que no es capaz de hacerse escritora?, ¿si sòlo se engaña al creer que tiene las capacidades para hacerlo? entonces no sólo habrá fracasado en un terreno, sino que su vida toda, hasta sus momentos más dichosos y su propio nacimiento “habrán sido vanos e inútiles”. Con el tiempo, la posibilidad del amor se volvió cada vez más remota; para amarla habría que viajar también a encontrarla detrás del espejo, nadie era capaz de soportar su amor de niña desvalida, delirante y autodestructiva, ella por su parte, cada vez se convencía más de que sólo podía amar a un ser que encarnara el amor surgido de su imaginación, y de que la encarnación de tal ser era imposible que se diera en una sola persona real.

Las dudas sobre la vocación iban más allá de lo afectivo; también sorprende oírle decir: “temo que mis deseos de escribir no sean más que medios para conseguir el fin anhelado, éxitos, gloria, fé en mi.”. Y aún más, enterarnos de que hubo un tiempo, antes de tener 18 años, en el que “Pensaba que la fé era importantísima. Pensaba que la muerte no es para mí. Ni la soledad. Ni el arte.”.

El temor a las consecuencias de esta renuncia vuelve a expresarse años más tarde: “No sólo la muerte da sentido a la vida. Esta verdad ha encarnado en mí. En suma, más que la angustia y la muerte, me preocupa mi carencia amorosa [,,,] ¿cómo no lo comprendí? ¿cómo hube de pensar en mi futuro exilando el amor? Esta mano helada cerrando mi presente, esta espada pavorosa que anonada mis impulsos, esta sensación inocua de que todos mis actos son irrisorios como si se desarrollaran en un escenario de cenizas, todo esto, es mi carencia de amor.” (4)

Y en diciembre de 1962: “De nuevo. Saber de nuevo que es preciso aprender a vivir sin amor. Cada vez que me lo hacen saber me asombro. Y es lo primero que supiste. Lo sabes desde que cumpliste un minuto de vida.” Y en diciembre de 1966, lúcida e impotente, reconoce que se traicionó a sí misma: “Por más que trate de estilizar mi pensamiento hasta hacer de él una espiral o una flecha debo reconocer la verdad: mi sola preocupación es lo erótico. Y en este sentido soy una cobarde que no se oculta de saberlo. Ir hasta el fondo de lo erótico es mi única necesidad, es tal que no lo diferencio de mi” Y en 1971, a un año de su muerte: “…Como si escribir me estuviera prohibido. ¿Y por qué no me estaría? La escritura, el sexo: mi ausencia actual de estos dos pilares de sabiduría”

Para ella, -dijo también alguna vez en su diario, sólo era posible vivir “si en la casa del corazón hay un buen fuego”

No obstante todo lo anterior, ello no impidió que -durante un tiempo- la de la enamorada fuera una de sus voces preferidas, con la cual escribió algunos de sus poemas más memorables.

A pesar de lo esencial que resulta el tema, este no ocupa mucho espacio dentro del texto ni siquiera durante los primeros años; el clima predominante a lo largo del mismo es más bien el de la angustia del escritor enfrentado a sus límites como ser humano por obra y gracia de su trabajo; angustia interrumpida ocasionalmente por esfuerzos autoafirmativos desesperados. Y aún así, la belleza no está ausente, ni en el lenguaje, ni en la misma historia. A propósito, en una de las muchas apreciaciones sobre arte que incluye, dice después de leer teatro de Yukio Mishima y compararlo con el cine de Bergman: “en ambos la demostración de la futilidad, del absurdo de la existencia humana, encarna en imágenes oníricas y en conceptos breves, terribles, bíblicos. Siempre me ha sorprendido y maravillado que se pueda realizar obras bellas partiendo de la imposibilidad de la felicidad o del absurdo de la existencia.”

La libertad de expresión se manifiesta en la mezcla de formas de composición y de recursos para hablar de sí misma. Están sus visiones, largos párrafos e incluso páginas enteras en los que se enlazan entre sí una serie de imágenes, formando un cuadro o escena, y seguidas a continuación por el monólogo del yo que mira y analiza. Están los sueños, que siempre aparecen como tales (al parecer principalmente cuando se trata de los que le resultan o demasiado enigmáticos o con un significado evidente). Aparecen dos o tres poemas, es decir, escritos en verso; uno de ellos en su “idioma de broma”, una especie de trabalenguas aparentemente sin sentido. Aparecen también dos cuentos cortos en los diarios de París (años 1960-1964), la única parte del diario que fue corregida e inclusive publicada parcialmente. Hay muchas pequeñas historietas, a veces contadas y otras consideradas y analizadas a distancia como “tema para un cuento”. En un par de ocasiones, al comienzo, encontramos airadas quejas, que conservan un poco el tono (otra vez, ¡oh sorpresa!), de un manifiesto en contra del medio artístico y cultural de Argentina. Hay diálogos; al menos dos, uno que da inicio al libro (pretendidamente humorístico, entre un pintor famoso, un pintor principiante, un poeta maduro, un poeta principiante y un estudioso del sicoanálisis, sobre el tema de la pantaleta obsesiva) y otro dentro de los cuentos mencionados. También en los comienzos, las plegarias son frecuentes, casi siempre en cumpleaños o comienzos de año; igual sucede con los inventarios existenciales o espirituales que dan como resultado pequeños poemas en prosa autobiográficos. (Muy al principio se tiene la impresión de una voluntad deliberada de utilizar el lenguaje de la poesía pero eso pronto desaparece)

Un par de ejemplos de esos inventarios y esas plegarias -algunos de gran belleza y fuerza expresivas-:

“La viudez de mi destino enmarcó mis huesos. Tengo lo oscuro que vaga silbando en mis aterrorizadas vísceras. Tengo la jocosa maraña de inimaginables plebiscitos artísticos. Tengo la burda emboscada de mi ardor innato. Y tengo mucho más que no digo pues ya es tarde. Muy tarde. Tengo dieciocho años”

“Con las manos tendidas y el pájaro herido, balbuceante y sangriento. Con los labios expresamente dibujados para exhalar quejas. Con la frente estrujada por todas las dudas. Con el rostro anhelante y el pelo rodante. Con mi acoplado sin freno.
Con la malicia instintiva de la prohibición. Con el hálito negro a fuer de tanto llanto. Heredé el paso vacilante con el objeto de no estatizarme nunca con firmeza en lugar alguno. ¡En todo y en nada! ¡En nada y en todo! “ (5)

En enero de 1960, al comenzar sus diarios de París:

“Que este año me sea dado vivir en mi y no fantasear ni ser otras, que me sea dado ponerme buena y no buscar lo imposible sino la magia y extrañeza de este mundo que habito. Que me sean dados los deseos de vivir y conocer el mundo. Que me sea dado el interesarme por este mundo”

La siguiente no es una plegaria, ni siquiera un ruego, apenas un suave pedido pero el más importante y definitivo y uno de los fragmentos más hermosos de todo el libro:

“Alma querida: si me dijeras: respira callada; el aire augura formas completas; luces extrañas se avecinan; pies azules pisan manos verdes por venir a defenderte. Si me dijeras: respira, mi confiada; la luna no monta cuervos; podrás hablar en futuro sin asfixiarte; nadie muere en tu memoria; no tienes por qué realizar funerales mentales, empresa demasiado seria para tus ojos delicados. Tómale el pulso a un pájaro que tenga colores vivos: verás que te sumerges en un puro despertar. Alma querida: si me dijeras: no busques más, ángel abrazado, no bebas más, no dejes que te la hagan, si me dijeras como me dijiste: el horizonte atroz se equivocó de nombre. No eras tú la esperadora de un barco fantasma. Abandona tu muelle de perros hambrientos. Origina de inmediato un espacio musical donde dejar nuestras desnudeces. Alma querida: si estuvieras, si me dijeras, si vinieras, si me salvaras.” (6)

“A veces es ella hablando de sí misma, y otras es ella hablando de una mujer cualquiera -a la que se refiere con el pronombre y, alguna vez, una sola, al hablar de su imagen públicamente aceptada de poeta, con las iniciales de su propio nombre, modalidad esta última, que utiliza en el 99% de los casos para nombrar a los que aparecen en su diario-; una sola vez también, al hablar de la carencia de amor, en vez de decir yo dice nosotros. (Muchas veces el yo es pasivo, en lugar de ser quien ejecuta la acción, es un lugar en el que se ejecuta la acción, pero esto obedece a otro asunto.)

El placer de los sentidos, que más tarde y por mucho tiempo hasta el fin de sus días se tornó en dolor insoportable, aparece también en una primera época y es reconocido como experiencia fundamental, única capaz de proporcionarle una base firme -pero efímera-. Su alegría con el paisaje, marino, citadino y hasta doméstico, da lugar a emocionadas descripciones.

“[…] cuando siento cada trozo, cada milímetro, cada color, cada baldosa que vuela a mi perfección; sí, cuando siento que mi sentir se amplía infinito y todo lo traspasa, todo ¡ah! ¿Habría mil ejemplos, mil momentos, mil situaciones! Entonces, cuando miro, huelo, oigo, recuerdo, siento; mi ser ya no espera. Mi ser vibra con los sentidos erguidos, atentos en su puesto. Cuando mi alma se espera en las sagradas nimiedades y recuerda su elección en potencia, ya no se angustia buscando rutas seguras. ¡No! No hay angustia que alcance su nivel. Ni desesperación. Ni dolor. No existe vocablo alguno en el cual invertir mi sensación en ese momento” (7)

Excepto estos escasos momentos y aquellos -escasos también- en los que se hace una con el poema y arde en él, siempre está escindida, desgarrada, siempre en pos de su sombra, se niega a afirmarse, a fijarse en una imagen de sí misma. Ella, que dejó de ser mujer para ser poeta y asesinó a ambas, hizo una poesía que sigue siendo para muchos la mejor que cualquier mujer haya escrito en español –en casa de ciegos el tuerto es rey, decía-; y su experiencia de vida sin duda fue, para ella misma y para nosotros que la miramos desde lejos, más rica e intensa que la de la mayoría de las mujeres ayer y hoy. Así de paradójica es la condición humana. Y esto lo supo tan bien, que no dudó nunca a la hora de escoger entre la falsa unidad que le ofrecía su máscara de escritora, y su urgencia por seguir sus propias voces. Probablemente esto sea lo mejor de toda la historia.


NOTAS

(1) Pizarnik, Alejandra Diarios, Barcelona, Lumen, 2003
(2) Ibíd., pp.121-122
(3) Ibíd., p.139
(4) Ibíd., p.107
(5) Ibíd., p. 130
(6) Ibíd., p.191
(7) Ibíd.,p.136